Dada la naturaleza del enclave casi exclusivamente morisco que la distinguió hasta el siglo XVII, se trata de una de las poblaciones más singulares de la región. Se asienta sobre la ladera de mediodía de la Sierra de Hornachos, ocupando un emplazamiento escabroso de extraordinaria grandiosidad y belleza paisajística, entre dos valles rodeados de dehesa y monte bajo. Esta sierra se alza en pleno centro de la Baja Extremadura, configurando una importante espina rocosa que establece la divisoria entre la Tierra de Barros y La Serena, como realidad geográfica difícil de adscribir a ninguno de los dos territorios. |
Vista de Hornachos |
Son componentes características de Hornachos las atractivas fuentes tradicionales |
En su cima se alza una formidable fortaleza roquera, a cuyo abrigo se acoge la población, formando un bastión de importancia estratégica fundamental para el dominio de todos los territorios circundantes. En los histórico, el enclave de Hornachos marcó los límites entre los reinos moros de Badajoz y Toledo, primero, y de las jurisdicciones de las Órdenes de Santiago (Tierra de Barros) y Orden de Alcántara (La Serena) después. |
Las pinturas esquemáticas que proliferan en sus cercanías evidencian que ya en tiempos prehistóricos existieron en ese ámbito asentamientos humanos. Castro celta más tarde. Hornachos se identifica después con la Fornacis romana surgida en torno a las minas existentes en ese punto. Poblada también en tiempo de los visigodos, la tradición la señala incluso como refugio de San Hermenegildo en la huida de su padre, el arriano Leovigildo. Durante la ocupación musulmana se mantuvo poblada también, datando de esa época la fortaleza primitiva de adobe, luego reconstruida en piedra por los cristianos, que corona sus cresterías.
En 1234, fue ocupada por la Orden de Santiago, integrándose en sus dominios como cabeza de Encomienda. A finales del siglo XIV, era cabeza de Partido con jurisdicción sobre 14 aldeas y sede de un Gobernador, rango que mantuvo hasta 1640, en que debido a la decadencia pasó a Llerena.
Tras su ocupación por los cristianos el núcleo continuó habitado mayoritariamente por sus anteriores moradores árabes, situación que se mantuvo hasta la expulsión de los moriscos en 1610. Durante este tiempo en Hornachos no hubo casi otros cristianos que el Comendador santiaguista, un párroco, y ya más tarde, algunos frailes franciscanos. En ciertos momentos parece que no contó ni siquiera con iglesia. Con motivo de la sublevación de 1526 Carlos I ordenó demoler la población, entonces establecida en la zona alta más próxima al castillo, resurgiendo después el caserío en el lugar que hoy ocupa.
A finales del XVI el núcleo estaba rodeado por un cerco amurallado y contaba con más de 10.000 habitantes, siendo el foco morisco más importante de España. Tras su salida de la Península los hornacheros fundaron una curiosa república pirata en Salé, cerca de Rabat, que se mantuvo activa durante algunos años.
En la actualidad, y no obstante los cambios experimentados, la localidad conserva la huella de su pasado en los tejidos más antiguos, cuyas calles empinadas y tortuosas, formadas todavía en ciertas zonas por edificaciones que evocan los esquemas constructivos moriscos, ofrecen sugestivos rincones de insuperable pintoresquismo en las de Ribera, San Francisco, Chamorro, Peña, Enfermería o Plata, Tellada, Larga, Gata, Nogueras, etc.
Además de las viviendas de tradición antigua, definidas por sus fachadas de piedra encalada, prácticamente ciegas de otros huecos que no sean una angosta puerta de entrada, abundan las casonas hidalgas de factura barroca correspondientes a los siglos XVII y XVIII, con hermosas portadas de enfatizados recercos, balconadas, acusadas cornisas y áticos, rejerías y piedras armeras. Magníficos ejemplos de ellas perduran en las calles Ribera, Zaragoza, Pío IX, Calvo Sotelo y otras.